miércoles, 27 de marzo de 2013

EL ADULTO MAYOR EN EL PERÚ parte I


1. Modelo de desarrollo
América Latina se ha comprometido con un modelo de desarrollo incompleto porque se ha centrado en la estabilidad macroeconómica de corto y mediano plazo, dejando de lado problemas estructurales, entre los cuales la equidad es el más apremiante. En los países de América Latina y el Caribe, sobre todo las del sector popular constituyen el núcleo en torno del cual se organiza la familia, funcionan como dispensadoras de cuidados de sus hijos y de sus padres mayores, son amas de casa, entendiéndose por ello una suma de tareas cotidianas, aplicadoras de disciplina, sostén emocional de la familia y a menudo las que deben adoptar decisiones. Por lo menos una tercera parte de la población de ingresos más bajos en América Latina y el Caribe se ha mantenido a flote debido a que las mujeres pobres han trabajado más intensamente y durante más horas.
Dado que los roles y estereotipos sexuales dentro del hogar aún permanecen casi inalterables en la mayoría de las familias, el desempleo del marido da a la mujer una carga extra, la cual generalmente no está capacitada para asumir. El marido sin empleo no atiende generalmente las tareas domésticas y el cuidado de los hijos en la misma forma que la esposa, mientras que ésta asume sobre sí todo el trabajo fuera y dentro de la casa. Esta situación lleva a las familias a un repentino cambio de roles y en una porción cuantitativamente importante de los núcleos familiares, estas modificaciones producen situaciones de agresividad latentes, que van en deterioro de las relaciones intrafamiliares. El desempleo del marido, en los grupos de mediana edad -40/50 años- produce el ingreso al mercado de trabajo de un sector de mujeres mayores que acceden al mismo por primera vez sin un caudal educativo adecuado, agravado en los últimos años, con la precarización del empleo sobre todo el femenino.
Vivimos en un mundo donde impera la violencia, producto de una crisis integral, política, social y económica que castiga duramente a amplios sectores sociales. Dentro de este contexto, son excluidos del sistema social, un gran número de seres humanos pertenecientes a los sectores más vulnerables de la población: niños, jóvenes, discapacitados, mujeres y ancianos. Estos grupos son los que más sufren violencia social en sus múltiples facetas: las actividades violentas afloran y se descargan sobre los más débiles.
Actualmente estamos transitando una situación particularmente crítica, donde en muchas familias coexisten la jubilación de los mayores, con el desempleo de los más jóvenes (que en muchísimas ocasiones, les proporcionaban ayuda económica), de manera que ambas generaciones, aunque por causas diferentes, sufren la pérdida de autoestima y marginación social, las cuales suelen ser generadoras de violencia familiar.
El Estado, denominado "desarrollista", hoy ha fenecido y su acción ahora es meramente "reguladora" y no logra dar respuesta con la celeridad requerida a las demandas de amplios grupos sociales. Así como sucedió luego de la crisis de los años 30 y el período de postguerra, en donde todos los ámbitos de la sociedad se transformaron con el impacto de la industrialización y el modelo de sustitución de importaciones, de igual manera la instauración del modelo de desarrollo actualmente vigente está significando transformaciones que muestran una creciente tensión en todos los planos de la vida social y en torno a significativos –por no decir mayoritarios– sectores de estratos medios y bajos de la población.
Esta tensión se manifiesta y hace evidente en diferentes planos de la vida social: En el plano estrictamente económico, se destacan –entre otros– los cambios experimentados en la relación capital-trabajo, la flexibilización del empleo, la demanda creciente y restrictiva de mano de obra calificada y la consecuente precariedad de inserción laboral de importante número de población económicamente activa y la existencia de un clima poco favorable para el funcionamiento e inserción en los aparatos productivos y el mercado de unidades productivas de micro, pequeña y mediana envergadura. Todas ellas son expresiones de esta nueva situación.
En este mismo sentido, la disminución de mercados laborales insertos en actividades públicas y la disminución relativa de aparatos productivos nacionales del sector secundario de la economía sobre todo para agregar valor a los productos exportables o para satisfacer demandas de consumo interno (dada la apertura al consumo de productos exportados); como juicios complementarios a los ya enunciados.
De igual manera, en el plano social, las dificultades de acceso a los servicios sociales, y la limitada vigencia y rol de las organizaciones sociales (particularmente sindicales y políticas), son también –entre otras- expresiones contemporáneas de las transformaciones y el clima de tensión de la vida social a propósitos de los cambios a los que la sociedad latinoamericana y caribeña esta hoy expuesta. En este plano se incorpora al menos, la disminución relativa del gasto social público, y la consecuente incapacidad de los Estados Nacionales para responder a la creciente demanda social existente.
Finalmente, en el plano político se destaca el nuevo rol de los Estados y la abdicación que hacen –principalmente en favor del mercado y de la gestión privada– de funciones consideradas históricas.
2. La noción de Vulnerabilidad Social
Debemos primero destacar que la noción-concepto intenta dar cuenta de factores o situaciones de desventaja social en el marco de la implementación del actual modelo de desarrollo. En contraposición al concepto de "pobreza", que describe más nítidamente necesidades básicas insatisfechas, niveles de vida precarios, ingresos restringidos, incapacidad de satisfacción plena del consumo, etc.), la noción-concepto de "vulnerabilidad social" ha ganado terreno como valioso instrumento teórico-descriptivo que permite dar cuenta de realidades sociales críticas y de conflicto en el contexto de los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que marcan el desarrollo de la región desde finales de la década de los 80 y, más definitivamente, desde los años 90.
El concepto da cuenta de las "condiciones de indefensión" que se manifiesta en amplias capas y grupos sociales que durante largo tiempo se ampararon en la acción de un Estado con mayor o menor vocación interventora y protectora.
En realidad, el enfoque de pobreza califica de forma descriptiva determinados atributos de personas y familias, sin dar mayor cuenta de los procesos causales que le dan origen. La vulnerabilidad, en cambio, hace referencia al carácter de las estructuras e instituciones económico-sociales y al impacto que estas provocan en comunidades, familias y personas en distintas dimensiones de la vida social. Esta diferencia conceptual tiene, desde luego, importancia explicativa. Pero además también debiera tener incidencia en las políticas públicas, con tratamientos que permitan atacar la pobreza y la vulnerabilidad de forma integral.
Todas estas situaciones y realidades descritas, y constatables en América Latina y el Caribe, terminan por construir el clima creciente de tensión social en cada uno de nuestros países, ya que como se deduce impactan en torno a personas y grupos de personas de manera directa. Es esta situación la que permite afirmar que la Vulnerabilidad Social se ha convertido en un rasgo dominante que se extiende a vastos contingentes de la población continental, no solo expresado en torno a los sectores sociales de menores ingresos, sino también peligrosamente en torno a ingentes sectores medios de las sociedades.
Es en este sentido que se tiende a rescatar como instrumento analítico el concepto de Vulnerabilidad Social, sobre todo porque incorpora dos aspectos cualitativos destacables:
·  Por un lado, su capacidad para reflejar un proceso dinámico que apunta a respuestas potenciales y no a resultados; y,
·  Por otro, enfatiza su potencia para describir e interpretar fenómenos actuales y vigentes.
Esta nueva noción-concepto da cuenta de la condición de riesgo e indefección en que quedan aquellas capas sociales que durante un tiempo estuvieron amparadas por el Estado desarrollista y retrata bien la creciente inestabilidad que caracteriza la trayectoria de las personas.
Aún más, se le identifica un carácter multidimensional, situación que permite su instrumentalización y operativización a diferentes escalas. Ello, está signado por la posibilidad de identificar expresiones de ésta "condición de riesgo" en las siguientes escalas:
A escala macrosocial, se destaca la estrecha relación que tiene con los traumáticos y acelerados cambios que se producen en los basamentos mismos del sistema socioeconómico: la importancia otorgada al mercado, la globalización, el nuevo rol del Estado, la prioridad otorgada a la eficiencia en la asignación de recursos y la búsqueda a ultranza de competitividad y el consumo .
En este mismo contexto, desde un punto de vista de la acción social, el Estado desproteje a los grupos medios y focaliza su acción en los grupos de extrema pobreza; paralelamente, se presencia una pérdida de peso relativo de las organizaciones sociales, gremiales y políticas situación que da espacio y no suponen interpelación social ante situaciones tan polémicas como la reducción relativa de los salarios y la flexibilización del empleo.
En esta dimensión, los cambios del modelo de desarrollo promueven y generan una mutación social profunda cuya dirección esencial produce un paso de la protección y seguridad relativa pre-existente a la competencia y a la incertidumbre de numerosos actores sociales.
A escala mesosocial (comunidades) los mecanismos de generación de desventajas sociales se ubican y vinculan principalmente con las condiciones productivas locales y con la institucionalidad local concreta de organizaciones sociales y políticas legitimadas, o en su modalidad de vínculos de solidaridad, confianza, trabajo conjunto, de apoyo mutuo y de conocimiento reciproco).
Generalmente, las comunidades vulnerables cuentan con capacidades productivas precarias o en obsolescencia o tienen un capital social –instituciones y vínculos de reciprocidad y confianza– insuficientes.
Sin embargo, de suyo, la vulnerabilidad –de comunidades, barrios o pueblos– puede tener su origen en eventos que provocan desastres y por ello pueden considerarse como un mayor riesgo o una mayor debilidad frente a los resultados o consecuencias de aquellos.
A escala microsocial (familias e individuos), se destacan los desafíos cotidianos del medio en el que las familias e individuos están insertos. Ellos permiten o impiden el acceso a las inserciones sociales y reditúan de manera diferenciada en los planos del ingreso, el prestigio y el poder. Por ello, el nivel de vulnerabilidad de un hogar –que se refiere a su capacidad para controlar las fuerzas que los afecta- depende de la posesión o control de activos, esto es, de los recursos requeridos para el aprovechamiento de las oportunidades que brinda el medio en que se desenvuelve .
En este sentido, las unidades domesticas (hogares y familias) y las personas con desventajas económicas (capitales, activos y habilidades limitadas para el manejo de recursos), con desventajas socioculturales (educación, capacitación, información, etc.) con desventajas organizacionales (relaciones y pertenencia a redes sociales y organizaciones sociales), engrozan las franjas de vulnerables al enfrentarse cotidianamente a un medio que les presiona más allá de sus capacidades de respuesta.
Quienes han trabajado el concepto de vulnerabilidad en relación a la "capacidad de movilización de activos" destacan su asociatividad con los recursos disponibles –en hogares y personas– para enfrentar shocks o adaptarse a cambios externos y ella se definiría por la carencia propiamente tal de activos o incapacidad para movilizarlos.
La mención a los activos hace referencia en un sentido amplio, a los bienes tangibles e intangibles que las personas o los hogares controlan o poseen y que pueden utilizarlos al momento del impacto o shock. De igual manera, entre éstos activos se identifican al trabajo, el capital humano, los recursos productivos y las relaciones sociales y familiares.
En esta lógica, es dicho conjunto de activos el que sufre el impacto del nuevo patrón de desarrollo, al modificar drásticamente las posibilidades de acumularlos y movilizarlos con las consiguientes repercusiones y construcción de situaciones de indefensión en amplios contigentes poblacionales y grupos sociales del continente. Siguiendo esta reflexión, se percibe la noción de Vulnerabilidad Social como un proceso en torno al cual se destacan cuatro dimensiones de la vida social que exponen de manera más súbita y pertinaz a condiciones de indefensión e inseguridad a amplios segmentos poblacionales, particularmente en América Latina: el Trabajo, el capital humano, el capital físico y las relaciones sociales.
El trabajo, es así identificado en la región como uno de los principales "espacios de riesgo", hoy acorralado por las formas de producción (basada en núcleos modernos) que disminuyen relativamente la generación de nuevos empleos, que expulsan y/o no incorporan mano de obra de baja calificación y baja productividad, y que se norma con políticas de flexibilización y de inseguridad que terminan por mostrar un mapa de precariedad asociada al mundo de asalariados y trabajadores en general. Concomitantemente, se constata entonces un estrecho vínculo entre la vulnerabilidad social y el empleo, situación evidentemente consustancial al patrón de desarrollo vigente.
La indefensión de las personas también se muestra en torno al denominado capital humano, dimensión que da cuenta principalmente a los cambios negativos en educación y salud, y la privatización –total o parcial– de estos sistemas, con el consecuente deterioro ante quienes no acceden a un mercado privatizado, que oferta mejores servicios.
La condición de vulnerabilidad en que se encuentran el capital humano de la población latinoamericana no solo otorga al patrón de desarrollo una particularidad socialmente distintiva, sino que también muestra el escaso aprovechamiento que se hace de los recursos humanos para lograr el mejoramiento sistémico de la competitividad en los mercados mundiales.
Otra dimensión de vulnerabilidad social está descrita a través del debilitamiento y pérdida del capital físico –o recursos productivos– de los sectores de baja productividad o de sectores informales de la economía (trabajadores por cuenta propia, artesanos, talleres de micro y pequeñas empresa, negocios familiares, unidades económicas solidarias, etc.). De hecho, en la nueva coyuntura el marcado interno de productos y servicios que estos sectores producen y comercializan se ve drásticamente trastocado por la competencia que la globalización permite, sin embargo lo más relevante menciona el hecho que en el marco del actual patrón de desarrollo imperante en la región se privilegia el ordenamiento macroeconómico y se limitan o anulan capacidades públicas para fomentar políticas de protección y subsidios y protección de iniciativas que emergen de los sectores de baja productividad.
Finalmente, se destaca que la vulnerabilidad incluye una dimensión específicamente referida a las relaciones sociales. En torno a ellas se constata que el modelo de desarrollo vigente ha impactado de manera negativa y concreta en los sistemas de redes sociales y estructuras de organización y participación social y política.
El sesgo negativo del impacto hacia ellas está dado porque los vínculos y redes que tienen las personas son históricamente muy determinantes para las mayores o menores posibilidades de acceso a mejores oportunidades para una vida más digna. La privatización de la vida económica, la disminución del papel del Estado –como instancia de protección de la vida social– y el debilitamiento de las organizaciones sindicales y sociales han acercado a los individuos al mercado, pero lo han aislado de la sociedad .
De hecho, con realidades obviamente heterogéneas en la región, estamos frente a una suerte de "desintegración de la vida social", donde se perciben afectadas las formas tradicionales de organización y participación social, y de representación social y política por medio de sindicatos, partidos políticos o movimientos sociales tradicionales.
Incluso las relaciones familiares (que también constituyen un activo significativo, especialmente en los sectores pobres) se ven impactadas incrementando la situación de indefensión y vulnerabilidad de los hogares. Algunas ideas fuerzas del modelo de desarrollo (privatización, consumo, competencia, etc.) socavan los hábitos solidarios y la responsabilidad social de los individuos, y por el contrario alimentan nuevos estereotipos sociales (consumismo, individualismo, etc.) que promueven los estados de indefensión en las personas y grupos más debilitados. Y la crisis financiera es ahora una crisis social reduciendo los recursos públicos y las instituciones que protegían a la gente.
3. Los Grupos Vulnerables
Son aquellos identificados como sujetos en situación de desmedro y desventajas sociales originadas a partir de múltiples y diferentes factores son, sin embargo, grupos que no encuentran o no cuentan con estructuras institucionales para resolver los asuntos propios de una idónea reproducción social.
En un sentido amplio, los grupos vulnerables identificables en las sociedades latinoamericanas y caribeñas podrían registrar como tales a múltiples universos poblacionales, a partir de la multiplicidad de factores que teóricamente construyen desventaja social y situaciones de indefensión. De suyo, siguiendo las reflexiones teóricas anteriores, diferentes planos de la reproducción social podrían eventualmente permitir la identificación de los grupos vulnerables.
Si bien esta afirmación nos empujaría inexorablemente a identificar como grupos vulnerables a la gran mayoría de la población continental, no es menos cierto tener en cuenta que el carácter multidimensional de los factores que construyen o facilitan situaciones de desventaja social - por ende de vulnerabilidad social- se acotan respecto de la desventaja o exclusión de personas y grupos de personas respecto de la participación en los intercambios, prácticas y derechos sociales que permiten o constituyen la integración social.
De esta manera, aunque sigue percibiéndose el carácter transversal de la presencia de grupos vulnerables (identificables en torno a múltiples y diversos grupos sociales), en América Latina y el Caribe, se hacen más identificables como grupos vulnerables aquellos asociados a estamentos sociales incluidos o cercanos a la pobreza.
Insistiendo en el carácter aún exploratorio y en proceso de construcción teórica del concepto que define la Vulnerabilidad Social, se mencionan como grupos vulnerables a los niños y jóvenes, las mujeres, los ancianos y los indígenas, todos ellos, grupos que requieren de políticas sectoriales o multisectoriales específicas.
Entre algunos grupos socialmente vulnerables que ya son insistentemente identificados, se mencionan al menos a:
·  Mujeres (generalmente jefas de hogares)
·  Discapacitados (en situación de pobreza)
·  Jóvenes (de entre 14 y 24 años, en situación de pobreza por NBI y con problemas de empleo)
·  Migrantes
·  Indigenas (en situación de pobreza por NBI)
·  Niños (de la calle o incluidos en trabajo infantil)
·  Hogares (con portafolios limitado de activos)
·  Adultos Mayores (mayores de 60 años, sin ingresos o con ingresos inferiores a jubilaciones mínimas);
Lo cierto es que obviamente siguiendo la síntesis teórica realizada en el acápite anterior, podríamos aseverar que en el contexto de las situaciones de bienestar social v/s indefensión social que gesta el modelo de desarrollo vigente, se puede fácilmente llegar a identificar transversalmente en todas nuestras sociedades grupos de personas (pertenecientes a estratos sociales medios y bajos) que cotidianamente se perciben en estado de indefensión frente a la modernidad.
Los factores de vulnerabilidad, que adquieren preponderancia en la actual fase de desarrollo de la región, colocan a ciertos grupos sociales en condiciones especialmente precarias.
En primer lugar se encuentran los niños y adolescentes pobres. La mortalidad, la desnutrición, las inequidades educacionales, la deserción escolar, el trabajo infantil, el embarazo y la maternidad temprana, el aborto, la drogadicción, el maltrato y el abuso sexual convierten a este grupo en objetivo principal de las políticas sociales.
En la misma situación están las mujeres jefas de hogares pobres, sobre las que recae la alta responsabilidad de cuidar y sostener a sus hijos. Ellas sufren variadas discriminaciones, propias al tipo de vulnerabilidad que las afecta: su condición de género, las diferencias de remuneraciones cuando obtienen trabajo, la inexistencia de apoyo para la protección y cuidado de los hijos, la falta de educación.
Y los adultos mayores pobres sufren las consecuencias de sistemas de previsión social no eficientes y/o no equitativos y que no les garantizan pensiones para cubrir sus necesidades básicas. Si se agregan los también ineficientes y/o inequitativos sistemas de salud, las condiciones de la vejez son muy dramáticas en los países de la región.
Por último, y sin que esta enumeración sea completa, están las etnias originarias, que son altamente vulnerables tanto en zonas rurales como en las ciudades.
4. El enfoque de resiliencia
En lo fundamental, nuestro trabajo, supone un cambio de enfoque. El que proponemos: la resiliencia. Promover la resiliencia apunta a mejorar la calidad de vida de las personas a partir de sus propios significados, del modo como ellos perciben y enfrentan el mundo. Entonces nuestra primera tarea es reconocer aquellas cualidades y fortalezas que han permitido a las personas enfrentar positivamente experiencias estresantes. Estimular un comportamiento resiliente implica potenciar estos atributos involucrando a todos los miembros de la comunidad en el desarrollo, la implementación y la evaluación de los programas de intervención.
El desarrollo de la resiliencia no es otro que el proceso de desarrollo saludable y dinámico de los seres humanos en el cual la personalidad y la influencia del ambiente interactúan recíprocamente.
El desarrollo humano, es un proceso y no un programa. Rutter estimula el uso del término proceso protector, el cual comprende la naturaleza dinámica de la resiliencia en lugar de los elementos protectores más comunes: "No se refiere a elementos en un sentido amplio, sino simplemente a mecanismos para desarrollar el proceso de protección" (Rutter, 1987). Las investigaciones son una esperanza para que los programas de prevención, educación y desarrollo de jóvenes no giren alrededor del programa en sí, sino más bien en el proceso y en cómo realizamos lo que hacemos; es decir, no concentrándonos en el contenido, sino en el contexto.
Existen factores internos como la autoestima, el optimismo, la fe, la confianza en sí mismo, la responsabilidad, la capacidad de elegir o de cambio de las competencias cognoscitivas. Una vez fortalecidos estos aspectos, se refuerzan las posibilidades del grupo de apoyar a las personas como ser humano integro, seguro y capaz de salir adelante.
Por ello es importante, además de desarrollar factores internos, afianzar los apoyos externos. Sin embargo, si la autoestima es baja o no se conjuga bien con las destrezas sociales, o si la esperanza en uno mismo no fluye no se canaliza de la mejor manera y si se le quita al individuo el apoyo externo vuelven a derrumbarse.
A continuación detallamos diez puntos que fortalecen internamente el poder personal:
1.     Trato estable con al menos uno de los padres u otra persona de referencia.
2.     Apoyo social desde dentro y fuera de la familia
3.     Clima educativo emocionalmente positivo, abierto, orientador y regido por normas.
4.     Modelos sociales que estimulen un conductismo constructivo.
5.     Balance de responsabilidades sociales y exigencia de resultados.
6.     Competencias cognoscitivas.
7.     Rasgos conductistas que favorecen a una actitud eficaz.
8.     Experiencia de autoeficacia, confianza en uno mismo y concepto positivo de uno mismo.
9.     Actuación positiva frente a los inductores del stress.
10.  Ejercicio de sentido, estructura y significado en el propio crecimiento.
Son condicionantes externos los de carácter social, económico, familiar, institucional, espiritual, recreativo y religioso, los cuales son promovidos o facilitados por el ambiente, las personas, las instituciones y las familias que intervienen en la atención, el trato y el tratamiento de los grupos e individuos que están en situación de riesgo y vulnerabilidad.
Al margen de los ya mencionados, caben otros ámbitos y claves que la resiliencia genera no pocos insisten en la necesidad de contar con buenos modelos de rol en la vida diaria especialmente cuando se trata de niños, personas de las cuales los individuos u otros niños pueden aprender. En la actualidad algunos educadores han desarrollado estas técnicas con experiencias realizadas en el campo con bosques, flores y demás. También constan entre los factores externos los factores de riesgo que pueden ser muchos, los cuales vulnerabilizan la integridad psíquica, moral, y social.
No basta con compartir su cotidianidad y diluirse en ella, ni reflexionar su problemática identificando los factores de riesgo que los llevó a tomar esta opción, pues sería vulnerabilizar aún mas sus condiciones de vida, sobre todo se fomenta una doble estigmatización, marcándoles con una etiqueta como de callejero, drogadicto, etc.
En estos casos, es la luz interior la que en determinados casos sirve para determinar una decisión y tomar una oportunidad privilegiada que se presenta en el momento justo. Esto representa fortalecer los factores de protección que promueve la resiliencia, revalorizando el potencial interno y externo de cada persona para reconstruir su proyecto de vida personal y comunitaria.
Se puede considerar que las principales actitudes que fortalecen en los factores protectores o resilientes en los humanos son:
·  Demostraciones físicas y verbales de afecto y cariño en los primeros cuatro años de vida.
·  Reconocimiento y atención a sus éxitos y habilidades.
·  Oportunidades de desarrollo de destrezas.
·  Actitud de cultivo, cuidado y amor por parte de todos sus semejantes y especialmente de los encargados de su cuidado y protección.
·  Apoyo de un marco de referencia ético, moral
En lo fundamental, contar con un proyecto para vivir genuinamente. Estos proyectos son posibles hoy en día, sin necesidad de acudir a sectas o a voces mesiánicas para la solución a los grandes interrogantes de la vida.
Primero tenemos que reconocernos como seres humanos con valores y potencialidades y en ese espejo mirar también a los otros con una visión holística que apunta al crecimiento, al fortalecimiento interior y al cultivo de la autoestima.
Las investigaciones sobre resiliencia son un llamado para que se dé un cambio a nivel social -- un toque de trompeta para crear relaciones y oportunidades para todos los seres humanos durante toda una vida. Si deseamos cambiar el "status quo" de la sociedad, esto significa cambiar paradigmas, tanto a nivel personal como profesional, cambiar los riesgos por la resiliencia, el control por la participación, la resolución de problemas por el desarrollo positivo, el no percibir a los y las jóvenes como problemas, sino como recursos, el edificar instituciones, por la edificación de comunidades, etc. El fomentar la resiliencia es un proceso estructural profundo que se inicia de adentro hacia afuera, en el cual cambiamos nuestra forma de pensar para poder percibir a los y las jóvenes, a sus familias y su cultura como recursos y no como problemas.
Sin embargo, el fomentar la resiliencia también significa que se debe trabajar a nivel de las políticas educativas, sociales y de justicia económica. Asimismo, significa transformar no sólo a nuestras familias, centros educativos y comunidades, sino también crear una sociedad cuyo interés principal sea el darle una respuesta a las necesidades de los ciudadanos, de los y las jóvenes y de las personas de mayor edad. Para hacer esto una realidad, nuestra mayor esperanza recae en los y las jóvenes y en la credibilidad que ellos y ellas nos inspiren.
Si bien es cierto que las acciones que haya que emprender dependerán de los recursos disponibles y del estado actual de la atención en salud. Necesitamos claros lineamientos de política y programas que deben formularse partiendo de información actualizada y fiable acerca de la comunidad, los indicadores de salud, los tratamientos eficaces, la estrategias de prevención y promoción y los recursos de salud, a ser revisados periódicamente para modificarlos o actualizarlos si es preciso.

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