1. Modelo de desarrollo
América Latina se ha comprometido con un modelo de desarrollo
incompleto porque se ha centrado en la estabilidad macroeconómica de corto y
mediano plazo, dejando de lado problemas estructurales, entre los cuales la
equidad es el más apremiante. En los países de América Latina y el Caribe,
sobre todo las del sector popular constituyen el núcleo en torno del cual se
organiza la familia, funcionan como dispensadoras de cuidados de sus hijos y de
sus padres mayores, son amas de casa, entendiéndose por ello una suma de tareas
cotidianas, aplicadoras de disciplina, sostén emocional de la familia y a
menudo las que deben adoptar decisiones. Por lo menos una tercera parte de la
población de ingresos más bajos en América Latina y el Caribe se ha mantenido a
flote debido a que las mujeres pobres han trabajado más intensamente y durante
más horas.
Dado que los roles y estereotipos sexuales dentro del hogar aún
permanecen casi inalterables en la mayoría de las familias, el desempleo del
marido da a la mujer una carga extra, la cual generalmente no está capacitada
para asumir. El marido sin empleo no atiende generalmente las tareas domésticas
y el cuidado de los hijos en la misma forma que la esposa, mientras que ésta
asume sobre sí todo el trabajo fuera y dentro de la casa. Esta situación lleva
a las familias a un repentino cambio de roles y en una porción
cuantitativamente importante de los núcleos familiares, estas modificaciones
producen situaciones de agresividad latentes, que van en deterioro de las
relaciones intrafamiliares. El desempleo del marido, en los grupos de mediana
edad -40/50 años- produce el ingreso al mercado de trabajo de un sector de
mujeres mayores que acceden al mismo por primera vez sin un caudal educativo
adecuado, agravado en los últimos años, con la precarización del empleo sobre
todo el femenino.
Vivimos en un mundo donde impera la violencia, producto de una
crisis integral, política, social y económica que castiga duramente a amplios
sectores sociales. Dentro de este contexto, son excluidos del sistema social,
un gran número de seres humanos pertenecientes a los sectores más vulnerables
de la población: niños, jóvenes, discapacitados, mujeres y ancianos. Estos
grupos son los que más sufren violencia social en sus múltiples facetas: las
actividades violentas afloran y se descargan sobre los más débiles.
Actualmente estamos transitando una situación particularmente
crítica, donde en muchas familias coexisten la jubilación de los mayores, con el
desempleo de los más jóvenes (que en muchísimas ocasiones, les proporcionaban
ayuda económica), de manera que ambas generaciones, aunque por causas
diferentes, sufren la pérdida de autoestima y marginación social, las cuales
suelen ser generadoras de violencia familiar.
El Estado, denominado "desarrollista", hoy ha fenecido y
su acción ahora es meramente "reguladora" y no logra dar respuesta
con la celeridad requerida a las demandas de amplios grupos sociales. Así como
sucedió luego de la crisis de los años 30 y el período de postguerra, en donde
todos los ámbitos de la sociedad se transformaron con el impacto de la
industrialización y el modelo de sustitución de importaciones, de igual manera
la instauración del modelo de desarrollo actualmente vigente está significando
transformaciones que muestran una creciente tensión en todos los planos de la
vida social y en torno a significativos –por no decir mayoritarios– sectores de
estratos medios y bajos de la población.
Esta tensión se manifiesta y hace evidente en diferentes planos de
la vida social: En el plano estrictamente económico, se destacan –entre otros–
los cambios experimentados en la relación capital-trabajo, la flexibilización
del empleo, la demanda creciente y restrictiva de mano de obra calificada y la
consecuente precariedad de inserción laboral de importante número de población
económicamente activa y la existencia de un clima poco favorable para el
funcionamiento e inserción en los aparatos productivos y el mercado de unidades
productivas de micro, pequeña y mediana envergadura. Todas ellas son
expresiones de esta nueva situación.
En este mismo sentido, la disminución de mercados laborales
insertos en actividades públicas y la disminución relativa de aparatos
productivos nacionales del sector secundario de la economía sobre todo para
agregar valor a los productos exportables o para satisfacer demandas de consumo
interno (dada la apertura al consumo de productos exportados); como juicios
complementarios a los ya enunciados.
De igual manera, en el plano social, las dificultades de acceso a
los servicios sociales, y la limitada vigencia y rol de las organizaciones
sociales (particularmente sindicales y políticas), son también –entre otras-
expresiones contemporáneas de las transformaciones y el clima de tensión de la
vida social a propósitos de los cambios a los que la sociedad latinoamericana y
caribeña esta hoy expuesta. En este plano se incorpora al menos, la disminución
relativa del gasto social público, y la consecuente incapacidad de los Estados
Nacionales para responder a la creciente demanda social existente.
Finalmente, en el plano político se destaca el nuevo rol de los
Estados y la abdicación que hacen –principalmente en favor del mercado y de la
gestión privada– de funciones consideradas históricas.
Debemos primero destacar que la noción-concepto intenta dar cuenta
de factores o situaciones de desventaja social en el marco de la implementación
del actual modelo de desarrollo. En contraposición al concepto de
"pobreza", que describe más nítidamente necesidades básicas
insatisfechas, niveles de vida precarios, ingresos restringidos, incapacidad de
satisfacción plena del consumo, etc.), la noción-concepto de
"vulnerabilidad social" ha ganado terreno como valioso instrumento
teórico-descriptivo que permite dar cuenta de realidades sociales críticas y de
conflicto en el contexto de los cambios políticos, económicos, sociales y
culturales que marcan el desarrollo de la región desde finales de la década de
los 80 y, más definitivamente, desde los años 90.
El concepto da cuenta de las "condiciones de
indefensión" que se manifiesta en amplias capas y grupos sociales que
durante largo tiempo se ampararon en la acción de un Estado con mayor o menor
vocación interventora y protectora.
En realidad, el enfoque de pobreza califica de forma descriptiva
determinados atributos de personas y familias, sin dar mayor cuenta de los
procesos causales que le dan origen. La vulnerabilidad, en cambio, hace
referencia al carácter de las estructuras e instituciones económico-sociales y
al impacto que estas provocan en comunidades, familias y personas en distintas
dimensiones de la vida social. Esta diferencia conceptual tiene, desde luego,
importancia explicativa. Pero además también debiera tener incidencia en las
políticas públicas, con tratamientos que permitan atacar la pobreza y la
vulnerabilidad de forma integral.
Todas estas situaciones y realidades descritas, y constatables en
América Latina y el Caribe, terminan por construir el clima creciente de
tensión social en cada uno de nuestros países, ya que como se deduce impactan
en torno a personas y grupos de personas de manera directa. Es esta situación
la que permite afirmar que la Vulnerabilidad Social se ha convertido en un rasgo
dominante que se extiende a vastos contingentes de la población continental, no
solo expresado en torno a los sectores sociales de menores ingresos, sino
también peligrosamente en torno a ingentes sectores medios de las sociedades.
Es en este sentido que se tiende a rescatar como instrumento
analítico el concepto de Vulnerabilidad Social, sobre todo porque incorpora dos
aspectos cualitativos destacables:
·
Por un lado, su capacidad para reflejar un proceso dinámico que
apunta a respuestas potenciales y no a resultados; y,
·
Por otro, enfatiza su potencia para describir e interpretar
fenómenos actuales y vigentes.
Esta nueva noción-concepto da cuenta de la condición de riesgo e
indefección en que quedan aquellas capas sociales que durante un tiempo
estuvieron amparadas por el Estado desarrollista y retrata bien la creciente
inestabilidad que caracteriza la trayectoria de las personas.
Aún más, se le identifica un carácter multidimensional, situación
que permite su instrumentalización y operativización a diferentes escalas.
Ello, está signado por la posibilidad de identificar expresiones de ésta
"condición de riesgo" en las siguientes escalas:
A escala macrosocial, se destaca la estrecha relación que tiene
con los traumáticos y acelerados cambios que se producen en los basamentos
mismos del sistema socioeconómico: la importancia otorgada al mercado, la
globalización, el nuevo rol del Estado, la prioridad otorgada a la eficiencia
en la asignación de recursos y la búsqueda a ultranza de competitividad y el
consumo .
En este mismo contexto, desde un punto de vista de la acción
social, el Estado desproteje a los grupos medios y focaliza su acción en los
grupos de extrema pobreza; paralelamente, se presencia una pérdida de peso
relativo de las organizaciones sociales, gremiales y políticas situación que da
espacio y no suponen interpelación social ante situaciones tan polémicas como
la reducción relativa de los salarios y la flexibilización del empleo.
En esta dimensión, los cambios del modelo de desarrollo promueven
y generan una mutación social profunda cuya dirección esencial produce un paso
de la protección y seguridad relativa pre-existente a la competencia y a la
incertidumbre de numerosos actores sociales.
A escala mesosocial (comunidades) los mecanismos de generación de
desventajas sociales se ubican y vinculan principalmente con las condiciones
productivas locales y con la institucionalidad local concreta de organizaciones
sociales y políticas legitimadas, o en su modalidad de vínculos de solidaridad,
confianza, trabajo conjunto, de apoyo mutuo y de conocimiento reciproco).
Generalmente, las comunidades vulnerables cuentan con capacidades
productivas precarias o en obsolescencia o tienen un capital social
–instituciones y vínculos de reciprocidad y confianza– insuficientes.
Sin embargo, de suyo, la vulnerabilidad –de comunidades, barrios o
pueblos– puede tener su origen en eventos que provocan desastres y por ello
pueden considerarse como un mayor riesgo o una mayor debilidad frente a los
resultados o consecuencias de aquellos.
A escala microsocial (familias e individuos), se destacan los
desafíos cotidianos del medio en el que las familias e individuos están
insertos. Ellos permiten o impiden el acceso a las inserciones sociales y
reditúan de manera diferenciada en los planos del ingreso, el prestigio y el
poder. Por ello, el nivel de vulnerabilidad de un hogar –que se refiere a su
capacidad para controlar las fuerzas que los afecta- depende de la posesión o
control de activos, esto es, de los recursos requeridos para el aprovechamiento
de las oportunidades que brinda el medio en que se desenvuelve .
En este sentido, las unidades domesticas (hogares y familias) y
las personas con desventajas económicas (capitales, activos y habilidades
limitadas para el manejo de recursos), con desventajas socioculturales
(educación, capacitación, información, etc.) con desventajas organizacionales
(relaciones y pertenencia a redes sociales y organizaciones sociales), engrozan
las franjas de vulnerables al enfrentarse cotidianamente a un medio que les
presiona más allá de sus capacidades de respuesta.
Quienes han trabajado el concepto de vulnerabilidad en relación a
la "capacidad de movilización de activos" destacan su asociatividad
con los recursos disponibles –en hogares y personas– para enfrentar shocks o
adaptarse a cambios externos y ella se definiría por la carencia propiamente
tal de activos o incapacidad para movilizarlos.
La mención a los activos hace referencia en un sentido amplio, a
los bienes tangibles e intangibles que las personas o los hogares controlan o
poseen y que pueden utilizarlos al momento del impacto o shock. De igual
manera, entre éstos activos se identifican al trabajo, el capital humano, los
recursos productivos y las relaciones sociales y familiares.
En esta lógica, es dicho conjunto de activos el que sufre el
impacto del nuevo patrón de desarrollo, al modificar drásticamente las
posibilidades de acumularlos y movilizarlos con las consiguientes repercusiones
y construcción de situaciones de indefensión en amplios contigentes
poblacionales y grupos sociales del continente. Siguiendo esta reflexión, se
percibe la noción de Vulnerabilidad Social como un proceso en torno al cual se
destacan cuatro dimensiones de la vida social que exponen de manera más súbita
y pertinaz a condiciones de indefensión e inseguridad a amplios segmentos
poblacionales, particularmente en América Latina: el Trabajo, el capital
humano, el capital físico y las relaciones sociales.
El trabajo, es así identificado en la región como uno de los principales
"espacios de riesgo", hoy acorralado por las formas de producción
(basada en núcleos modernos) que disminuyen relativamente la generación de
nuevos empleos, que expulsan y/o no incorporan mano de obra de baja
calificación y baja productividad, y que se norma con políticas de
flexibilización y de inseguridad que terminan por mostrar un mapa de
precariedad asociada al mundo de asalariados y trabajadores en general.
Concomitantemente, se constata entonces un estrecho vínculo entre la
vulnerabilidad social y el empleo, situación evidentemente consustancial al
patrón de desarrollo vigente.
La indefensión de las personas también se muestra en torno al
denominado capital humano, dimensión que da cuenta principalmente a los cambios
negativos en educación y salud, y la privatización –total o parcial– de estos
sistemas, con el consecuente deterioro ante quienes no acceden a un mercado
privatizado, que oferta mejores servicios.
La condición de vulnerabilidad en que se encuentran el capital
humano de la población latinoamericana no solo otorga al patrón de desarrollo
una particularidad socialmente distintiva, sino que también muestra el escaso
aprovechamiento que se hace de los recursos humanos para lograr el mejoramiento
sistémico de la competitividad en los mercados mundiales.
Otra dimensión de vulnerabilidad social está descrita a través del
debilitamiento y pérdida del capital físico –o recursos productivos– de los
sectores de baja productividad o de sectores informales de la economía
(trabajadores por cuenta propia, artesanos, talleres de micro y pequeñas
empresa, negocios familiares, unidades económicas solidarias, etc.). De hecho,
en la nueva coyuntura el marcado interno de productos y servicios que estos
sectores producen y comercializan se ve drásticamente trastocado por la
competencia que la globalización permite, sin embargo lo más relevante menciona
el hecho que en el marco del actual patrón de desarrollo imperante en la región
se privilegia el ordenamiento macroeconómico y se limitan o anulan capacidades
públicas para fomentar políticas de protección y subsidios y protección de
iniciativas que emergen de los sectores de baja productividad.
Finalmente, se destaca que la vulnerabilidad incluye una dimensión
específicamente referida a las relaciones sociales. En torno a ellas se
constata que el modelo de desarrollo vigente ha impactado de manera negativa y
concreta en los sistemas de redes sociales y estructuras de organización y
participación social y política.
El sesgo negativo del impacto hacia ellas está dado porque los
vínculos y redes que tienen las personas son históricamente muy determinantes
para las mayores o menores posibilidades de acceso a mejores oportunidades para
una vida más digna. La privatización de la vida económica, la disminución del papel
del Estado –como instancia de protección de la vida social– y el debilitamiento
de las organizaciones sindicales y sociales han acercado a los individuos al
mercado, pero lo han aislado de la sociedad .
De hecho, con realidades obviamente heterogéneas en la región,
estamos frente a una suerte de "desintegración de la vida social",
donde se perciben afectadas las formas tradicionales de organización y
participación social, y de representación social y política por medio de
sindicatos, partidos políticos o movimientos sociales tradicionales.
Incluso las relaciones familiares (que también constituyen un
activo significativo, especialmente en los sectores pobres) se ven impactadas
incrementando la situación de indefensión y vulnerabilidad de los hogares. Algunas
ideas fuerzas del modelo de desarrollo (privatización, consumo, competencia,
etc.) socavan los hábitos solidarios y la responsabilidad social de los
individuos, y por el contrario alimentan nuevos estereotipos sociales
(consumismo, individualismo, etc.) que promueven los estados de indefensión en
las personas y grupos más debilitados. Y la crisis financiera es ahora una
crisis social reduciendo los recursos públicos y las instituciones que
protegían a la gente.
Son aquellos identificados como sujetos en situación de
desmedro y desventajas sociales originadas a partir de múltiples y diferentes
factores son, sin embargo, grupos que no encuentran o no cuentan con
estructuras institucionales para resolver los asuntos propios de una idónea
reproducción social.
En un sentido amplio, los grupos vulnerables identificables en las
sociedades latinoamericanas y caribeñas podrían registrar como tales a
múltiples universos poblacionales, a partir de la multiplicidad de factores que
teóricamente construyen desventaja social y situaciones de indefensión. De
suyo, siguiendo las reflexiones teóricas anteriores, diferentes planos de la
reproducción social podrían eventualmente permitir la identificación de los
grupos vulnerables.
Si bien esta afirmación nos empujaría inexorablemente a
identificar como grupos vulnerables a la gran mayoría de la población
continental, no es menos cierto tener en cuenta que el carácter
multidimensional de los factores que construyen o facilitan situaciones de
desventaja social - por ende de vulnerabilidad social- se acotan respecto de la
desventaja o exclusión de personas y grupos de personas respecto de la
participación en los intercambios, prácticas y derechos sociales que permiten o
constituyen la integración social.
De esta manera, aunque sigue percibiéndose el carácter transversal
de la presencia de grupos vulnerables (identificables en torno a múltiples y
diversos grupos sociales), en América Latina y el Caribe, se hacen más
identificables como grupos vulnerables aquellos asociados a estamentos sociales
incluidos o cercanos a la pobreza.
Insistiendo en el carácter aún exploratorio y en proceso de
construcción teórica del concepto que define la Vulnerabilidad Social, se
mencionan como grupos vulnerables a los niños y jóvenes, las mujeres, los
ancianos y los indígenas, todos ellos, grupos que requieren de políticas
sectoriales o multisectoriales específicas.
Entre algunos grupos socialmente vulnerables que ya son
insistentemente identificados, se mencionan al menos a:
·
Mujeres (generalmente jefas de hogares)
·
Discapacitados (en situación de pobreza)
·
Jóvenes (de entre 14 y 24 años, en situación de pobreza por NBI y
con problemas de empleo)
·
Migrantes
·
Indigenas (en situación de pobreza por NBI)
·
Niños (de la calle o incluidos en trabajo infantil)
·
Hogares (con portafolios limitado de activos)
·
Adultos Mayores (mayores de 60 años, sin ingresos o con ingresos
inferiores a jubilaciones mínimas);
Lo cierto es que obviamente siguiendo la síntesis teórica
realizada en el acápite anterior, podríamos aseverar que en el contexto de las
situaciones de bienestar social v/s indefensión social que gesta el modelo de
desarrollo vigente, se puede fácilmente llegar a identificar transversalmente
en todas nuestras sociedades grupos de personas (pertenecientes a estratos
sociales medios y bajos) que cotidianamente se perciben en estado de
indefensión frente a la modernidad.
Los factores de vulnerabilidad, que adquieren preponderancia en la
actual fase de desarrollo de la región, colocan a ciertos grupos sociales en
condiciones especialmente precarias.
En primer lugar se encuentran los niños y adolescentes pobres. La
mortalidad, la desnutrición, las inequidades educacionales, la deserción
escolar, el trabajo infantil, el embarazo y la maternidad temprana, el aborto,
la drogadicción, el maltrato y el abuso sexual convierten a este grupo en
objetivo principal de las políticas sociales.
En la misma situación están las mujeres jefas de hogares pobres,
sobre las que recae la alta responsabilidad de cuidar y sostener a sus hijos.
Ellas sufren variadas discriminaciones, propias al tipo de vulnerabilidad que
las afecta: su condición de género, las diferencias de remuneraciones cuando
obtienen trabajo, la inexistencia de apoyo para la protección y cuidado de los
hijos, la falta de educación.
Y los adultos mayores pobres sufren las consecuencias de sistemas
de previsión social no eficientes y/o no equitativos y que no les garantizan
pensiones para cubrir sus necesidades básicas. Si se agregan los también
ineficientes y/o inequitativos sistemas de salud, las condiciones de la vejez
son muy dramáticas en los países de la región.
Por último, y sin que esta enumeración sea completa, están las
etnias originarias, que son altamente vulnerables tanto en zonas rurales como
en las ciudades.
En lo fundamental, nuestro trabajo, supone un cambio de enfoque.
El que proponemos: la resiliencia. Promover la resiliencia apunta a mejorar la
calidad de vida de las personas a partir de sus propios significados, del modo
como ellos perciben y enfrentan el mundo. Entonces nuestra primera tarea es
reconocer aquellas cualidades y fortalezas que han permitido a las personas
enfrentar positivamente experiencias estresantes. Estimular un comportamiento
resiliente implica potenciar estos atributos involucrando a todos los miembros
de la comunidad en el desarrollo, la implementación y la evaluación de los
programas de intervención.
El desarrollo de la resiliencia no es otro que el proceso de
desarrollo saludable y dinámico de los seres humanos en el cual la personalidad
y la influencia del ambiente interactúan recíprocamente.
El desarrollo humano, es un proceso y no un programa. Rutter
estimula el uso del término proceso protector, el cual comprende la naturaleza
dinámica de la resiliencia en lugar de los elementos protectores más comunes:
"No se refiere a elementos en un sentido amplio, sino simplemente a
mecanismos para desarrollar el proceso de protección" (Rutter, 1987). Las
investigaciones son una esperanza para que los programas de prevención,
educación y desarrollo de jóvenes no giren alrededor del programa en sí, sino
más bien en el proceso y en cómo realizamos lo que hacemos; es decir, no
concentrándonos en el contenido, sino en el contexto.
Existen factores internos como la autoestima, el optimismo, la fe,
la confianza en sí mismo, la responsabilidad, la capacidad de elegir o de
cambio de las competencias cognoscitivas. Una vez fortalecidos estos aspectos,
se refuerzan las posibilidades del grupo de apoyar a las personas como ser
humano integro, seguro y capaz de salir adelante.
Por ello es importante, además de desarrollar factores internos,
afianzar los apoyos externos. Sin embargo, si la autoestima es baja o no se
conjuga bien con las destrezas sociales, o si la esperanza en uno mismo no
fluye no se canaliza de la mejor manera y si se le quita al individuo el apoyo
externo vuelven a derrumbarse.
A continuación detallamos diez puntos que fortalecen internamente
el poder personal:
1.
Trato estable con al menos uno de los padres u otra persona de referencia.
2.
Apoyo social desde dentro y fuera de la familia
3.
Clima educativo emocionalmente positivo, abierto, orientador y
regido por normas.
4.
Modelos sociales que estimulen un conductismo constructivo.
5.
Balance de responsabilidades sociales y exigencia de resultados.
6.
Competencias cognoscitivas.
7.
Rasgos conductistas que favorecen a una actitud eficaz.
8.
Experiencia de autoeficacia, confianza en uno mismo y concepto positivo
de uno mismo.
9.
Actuación positiva frente a los inductores del stress.
10. Ejercicio
de sentido, estructura y significado en el propio crecimiento.
Son condicionantes externos los de carácter social, económico,
familiar, institucional, espiritual, recreativo y religioso, los cuales son
promovidos o facilitados por el ambiente, las personas, las instituciones y las
familias que intervienen en la atención, el trato y el tratamiento de los
grupos e individuos que están en situación de riesgo y vulnerabilidad.
Al margen de los ya mencionados, caben otros ámbitos y claves que
la resiliencia genera no pocos insisten en la necesidad de contar con buenos
modelos de rol en la vida diaria especialmente cuando se trata de niños,
personas de las cuales los individuos u otros niños pueden aprender. En la
actualidad algunos educadores han desarrollado estas técnicas con experiencias
realizadas en el campo con bosques, flores y demás. También constan entre los
factores externos los factores de riesgo que pueden ser muchos, los cuales
vulnerabilizan la integridad psíquica, moral, y social.
No basta con compartir su cotidianidad y diluirse en ella, ni
reflexionar su problemática identificando los factores de riesgo que los llevó
a tomar esta opción, pues sería vulnerabilizar aún mas sus condiciones de vida,
sobre todo se fomenta una doble estigmatización, marcándoles con una etiqueta
como de callejero, drogadicto, etc.
En estos casos, es la luz interior la que en determinados casos
sirve para determinar una decisión y tomar una oportunidad privilegiada que se
presenta en el momento justo. Esto representa fortalecer los factores de
protección que promueve la resiliencia, revalorizando el potencial interno y
externo de cada persona para reconstruir su proyecto de vida personal y
comunitaria.
Se puede considerar que las principales actitudes que fortalecen
en los factores protectores o resilientes en los humanos son:
·
Demostraciones físicas y verbales de afecto y cariño en los
primeros cuatro años de vida.
·
Reconocimiento y atención a sus éxitos y habilidades.
·
Oportunidades de desarrollo de destrezas.
·
Actitud de cultivo, cuidado y amor por parte de todos sus
semejantes y especialmente de los encargados de su cuidado y protección.
·
Apoyo de un marco de referencia ético, moral
En lo fundamental, contar con un proyecto para vivir genuinamente.
Estos proyectos son posibles hoy en día, sin necesidad de acudir a sectas o a
voces mesiánicas para la solución a los grandes interrogantes de la vida.
Primero tenemos que reconocernos como seres humanos con valores y
potencialidades y en ese espejo mirar también a los otros con una visión
holística que apunta al crecimiento, al fortalecimiento interior y al cultivo
de la autoestima.
Las investigaciones sobre resiliencia son un llamado para que se
dé un cambio a nivel social -- un toque de trompeta para crear relaciones y
oportunidades para todos los seres humanos durante toda una vida. Si deseamos
cambiar el "status quo" de la sociedad, esto significa cambiar
paradigmas, tanto a nivel personal como profesional, cambiar los riesgos por la
resiliencia, el control por la participación, la resolución de problemas por el
desarrollo positivo, el no percibir a los y las jóvenes como problemas, sino
como recursos, el edificar instituciones, por la edificación de comunidades,
etc. El fomentar la resiliencia es un proceso estructural profundo que se
inicia de adentro hacia afuera, en el cual cambiamos nuestra forma de pensar
para poder percibir a los y las jóvenes, a sus familias y su cultura como
recursos y no como problemas.
Sin embargo, el fomentar la resiliencia también significa que se
debe trabajar a nivel de las políticas educativas, sociales y de justicia
económica. Asimismo, significa transformar no sólo a nuestras familias, centros
educativos y comunidades, sino también crear una sociedad cuyo interés
principal sea el darle una respuesta a las necesidades de los ciudadanos, de
los y las jóvenes y de las personas de mayor edad. Para hacer esto una
realidad, nuestra mayor esperanza recae en los y las jóvenes y en la
credibilidad que ellos y ellas nos inspiren.
Si bien es cierto que las acciones que haya que emprender
dependerán de los recursos disponibles y del estado actual de la atención en
salud. Necesitamos claros lineamientos de política y programas que deben
formularse partiendo de información actualizada y fiable acerca de la
comunidad, los indicadores de salud, los tratamientos eficaces, la estrategias
de prevención y promoción y los recursos de salud, a ser revisados
periódicamente para modificarlos o actualizarlos si es preciso.
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