Vivimos en
una sociedad que no está preparada aún para aceptar la vejez como una
consecuencia natural de la vida misma. Entrar a una edad avanzada, lleva
obligatoriamente el mensaje de “no apto para ciertas cosas”, incluida la de las
oportunidades laborales, porque peyorativamente ya son “viejos”. La
ignorancia colectiva hace pensar que una persona “entrada en años” representa
una carga para la familia y la sociedad. Sin embargo, hoy existen esfuerzos
para replantear el concepto de vejez y el aporte de los adultos mayores en el
desarrollo de la sociedad.
La vejez
debería ser la etapa más feliz del ser humano, aquella cuando la persona está
en su máximo sentido de reflexión y espiritualidad y donde necesita
seguir con actividad física y mental.
En nuestro
país, existe un marcado tratamiento para los adultos mayores. En la cultura
andina se demuestra un mayor respeto, mientras que en la citadina es un insulto
que nos llamen “viejo”, porque la globalización ha trastocado valores y
conceptos, donde la juventud y el protagonismo, han postergado a este segmento
poblacional a la categoría de “inhabilitados” para el sector productivo.
Son las contradicciones de una cultura que tiene como eje la tecnología, que descarta con mayor velocidad al adulto mayor porque lo consideran una problemática y no un potencial humano, a pesar de que este sector ha crecido notablemente.
En la década
de la promulgación de las políticas de desarrollo del adulto mayor, bien vale
detenerse en cómo empezar a sensibilizar a la población para mejorar su calidad
de vida y que el estado apueste por el adulto mayor, valorando su participación
activa.
No hay mayor reconocimiento que el respeto, ni mejor medicina que el sentirse útil. La historia nos muestra ejemplos de personas que lograron grandes resultados en su etapa de adulto mayor. Para terminar estas reflexiones, le damos un pequeño ejercicio mental que no sólo servirá para relajarnos, sino también para refrescar nuestra mente, tengamos la edad que sea.
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